Fundiciones
Los libros han llegado a ocupar un lugar privilegiado en la memoria del hombre, un lugar que permite crear en el raciocinio del lector un espacio de representación, un teatro interior, un vínculo mental en el que se representa lo que el autor ha escrito y que se manifiesta a sí mismo mediante lo que el lector ha entendido. La pasión, necesidad y respeto por los libros crearon en el hombre la inquietud de conjuntar en un espacio todo el saber existente: la biblioteca. Esto dio pie a otras inquietudes: ¿cómo distinguir, señalar o advertir que los libros que posee son de él, que son un bien que lo ha acompañado, instruido y guiado, que son parte de su vida?; ¿cómo y qué hacer para que el libro, sin necesidad de voz alguna de su poseedor, sea capaz de indicar a quien lo viera o tocara: pertenezco a… o soy de…? En respuesta, el lector, el bibliotecario y el amante de los libros generaron las llamadas marcas de propiedad, que revelan individualidad. |
En un mar de libros, la Biblioteca Nacional de México conserva el Tratado de los bienes del silencio y males de la lengua, con la signatura Ms. 676. La obra se terminó de escribir el 5 de junio de 1645 en Manila, límite oriental del imperio español. En La historia de la Provincia de Philipinas de la Compañía de Jesús, impresa en Manila en 1749, Pedro Murillo Velarde ofreció indicios de que el autor fue Diego de Bobadilla (Salamanca, 1590-Manila, 1648), quien cruzó los océanos Atlántico y Pacífico, vía el continente americano, en 1615, 1635 y 1640. La obra pudo viajar en el Galeón de Manila a México para ser aprobada por el padre provincial Diego de Salazar, pero la expulsión de los jesuitas, en 1767, la dejó en algún acervo colonial hasta que pasó al fondo de origen de la Biblioteca Nacional. Su contenido se adscribe al género de los tratados espirituales, pedagógicos y exegéticos. Se trata de un libro manuscrito moderno, posterior a la invención de Gutenberg, en el que se aprecia la notable cultura bibliográfica de su autor. |